EL SILENCIO DE LA LUNA
«Y todo fue furtivo: el alba, luego el sueño».
Perdida yo en el campo la otra noche,
al fin la luna desgajó las nubes
y encendió, para asombro de mis ojos,
su vergel escondido.
Los helechos crecían lentamente,
por la tierra, furtivos, se extendían,
y alargaban su mano poderosa,
lejos del firmamento, las raíces.
La oscuridad trenzaba entre su pelo
jazmines y guirnaldas transparentes;
por más que se ocultara, su perfume
hacía enloquecer a las luciérnagas.
Los árboles frutales se nutrían
de las vidas de seres anteriores
y la naturaleza descansaba
sobre un lecho de música invisible.
El mundo era ese único jardín,
repetido, preñado de belleza;
una rama crujió bajo mis pies
y supe que la entrada era imposible.