
—Oye…
—Bueno, mi-mi-mira, hay que pues que re-recoger la-la-las fi-firmas pa-para pasado mañana, e-espero que ha-hayas pues he-hecho lo-los tra-trámites previos.
—¿Qué firmas?
—¿Cu-cuáles va-van a ser? La-la-las firmas de de los re-responsables pa-para el docu-documento de de de pues de co-confirmación de pago.
—¿Y cómo es ese procedimiento?
—Pues reco-recogiendo la-las firmas. Cada cada subdelegación ti-tiene el suyo, ¿no no no has empezado ya? Para pues para pa-pasado mañana, im-im-improrrogable.
—¿Qué pasa si no…? –Al otro lado ya solo se escuchaba un piii.
B se quedó mirando al infinito, luego encendió el ordenador, estuvo un rato buceando de acá para allá y, al final, nos levantamos. Menos mal, ya había jugado al solitario cinco veces.
Nos dirigimos al despacho de Tomás, el contable y la única persona que podía ayudarnos; pero lo único que nos quedó claro es que había que ir con un informe al edificio de arriba. Ya no hacía tanto frío como a primera hora, pero todavía se nos puso la carne de gallina con el viento gris que barría la calle. Sugerí por enésima vez que le diéramos una oportunidad al desayuno, pero B estaba demasiado preocupada.
Llegamos a un edificio enorme con puertas de cristal; entramos, preguntamos por el despacho del hombre que nos había dicho Tomás, el Sr. Martínez Espátula, y dimos trescientas vueltas hasta encontrarlo. El susodicho tenía una calva como una plaza de toros. A medida que B hablaba, la plaza se iba arrugando más y más.